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CAPÍTULO 3

 (Donde Pepe comienza su peregrinaje en pos de la Verdad)(1)

Viene del Capítulo Anterior

Y entonces Pepe caminó, y caminó, y caminó en busca de la Verdad, hasta que sintió que las fuerzas lo abandonaban, y entonces decidió desandar las siete cuadras que había caminado.

Vio entonces una camioneta que pertenecía a una firma de Santos Lugares, a juzgar por la dirección que estaba pintada junto al nombre. Interpretó la visión como un mensaje de Lo Alto, y entonces se zambulló en la caja del vehículo y se ocultó bajo una lona. La camioneta transportaba cajas de galletitas de afamada marca, y Pepe vio en ellas una indicación de que el destino estaba de su lado.

Cuando, unas horas después, Pepe sintió que la camioneta se detenía, se vio invadido por el temor a ser descubierto, especialmente porque había dado cuenta de la mitad de las cajas de galletitas de afamada marca. Pero los ocupantes de la camioneta se alejaron conversando entre sí, y entonces quien luego sería el Apóstol Catódico, el Apóstol de las Madres y las Novias, pudo ganar la calle sin ser visto. Ya estaba oscureciendo, pero Pepe igual pudo leer que la calle en la que se encontraba se llamaba Porvenir. Pronto se dio cuenta de que estaba a pocas cuadras de la estación ferroviaria de Santos Lugares. Caminó durante unos pocos minutos, sin rumbo, hasta que notó que había vuelto al punto de partida. Recordó entonces a su maestro: "el tiempo es como el río inmóvil, el río del color del río", y estuvo a punto de echarse a llorar.

Se sentó en el cordón de la vereda, para atarse los cordones de los borceguíes, cuando un papel arrastrado por el viento vino a dar entre sus manos. "Bar Nirvana", decía, y daba una dirección que le pareció cercana. Se puso de pie de un salto, y dando loas a Lo Alto se dirigió a dicho establecimiento con la ciega determinación  del Titanic rumbo a su destino irrevocable.

Entró al bar y pidió un escocés con hielo. El mozo que lo atendió, de pobladas cejas y marcado acento del noroeste de España, pensó unos instantes y dio media vuelta. Pepe, mientras esperaba ser complacido, fijó su atención en un grupo de personas que polemizaban acaloradamente en una mesa cercana. Pronto advirtió que pertenecían a dos grupos diferentes: unos eran Derviches Leninistas, fácilmente distinguibles por una cuidada y reconocible barba estilo Che Marrone, y los otros pertenecían a la secta del Clasismo Vudú (identificables por la delectación con que hablaban de su papa Mao, un antiguo maestro campesino que se había ganado la vida diseñando cuellos). Ambos grupos discutían acerca de un arduo problema teológico: la Trinidad. Marx era el Padre, Aquel que hizo la luz en medio de las tinieblas; Lenin era el Hijo, Aquel de quien las profecías anunciaban Su Venida para establecer, en la tierra, el Paraíso Socialista; pero la tercera Persona ¿provenía solamente del Padre, o lo hacía a la vez del Padre y del Hijo? Tampoco había acuerdo acerca de cuál era el nombre de esa elusiva Tercera Persona: para algunos era Stalin (algo que otros negaban, remarcando que esa herejía había sido condenada por el XX Concilio de Moscú de 1956). Para otros, era Trotsky, el León; para algunos de los Clasistas Vudúes, era el propio Mao.

Uno de los Derviches Leninistas, hastiado, propuso al grupo escuchar la opinión de Pepe, quien seguía la discusión atentamente. Pepe se puso de pie, se encomendó a Lo Alto, tomó dos diarios, y parándose frente a sus interlocutores, exclamó: "la Verdad es Una Sola; los sabios dan de Ella definiciones diversas".

"Observen este diario, 'El Matutino Solemne': dice 'La policía bonaerense secuestró 40 kilos de cocaína'. Ahora miren los titulares de este otro. Es el vespertino 'Ictericia': 'Confiscan fabuloso cargamento: 38 kilos de cocaína'. Acaban ustedes de ver, en el televisor que está junto a la barra, a un comisario que dice que se encontraron 35 kilos de droga. Si las balanzas de la policía no se ponen de acuerdo ¿cómo pretenden ustedes llegar a un acuerdo sobre un tema como el que discuten?"

Y fue tal la impresión que causaron estas sabias palabras, que todos los polemistas, como si fueran uno solo, pidieron al mozo que les sirviera lo mismo que le había servido a Pepe.

(Continúa)

(1) El lector puede saltear la lectura de este capítulo, a los efectos de un mayor disfrute de la obra.

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