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La noche siguiente,
Pepe buscaba refugio en un galpón abandonado en la zona que llamaban Dock
Sud, junto al río del color del río. Usaba ropas que había encontrado en un
baldío, vistiendo a un hombre que dormía junto a una botella de licor. "Detestable
vicio es la embriaguez", pensó, "y malo
es para el hombre estar desnudo, así que, bueno, manos a la obra". En verdad,
las vestimentas le quedaban uno o dos talles más grandes, pero se convenció
de que peor era pasar otra noche a la intemperie, sin más abrigo que un ejemplar
de la revista del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos.
Junto a un fuego,
Pepe vio a Heránides Parméclito, asando tranquilamente un trocito de carne.
Atraído por el calor y la posibilidad de una cena frugal, Pepe se acercó y
saludó cordialmente a Heránides. Éste no llegó a devolverle el saludo antes
de que Pepe se sentara a su lado y devorara la mitad de la carne que el filósofo
asaba. Luego Pepe contó algunas anécdotas de su pasada vida como pecador,
mientras Heránides se refugiaba en una severa contemplación de su propio interior.
Pepe preguntó a Heránides
de qué era la carne que habían comido. "Conejito de caño", respondió el sabio.
"¿Acaso esos simpáticos roedores habitan los caños del Doque?", inquirió el
joven. "Los anacoretas de la ciudad junto al río del color del río llamamos
así a una variedad de la rata de Noruega que prospera en el alcantarillado
de estas regiones", contestó.
Cuando, por la mañana,
Pepe se hubo repuesto de unos repentinos disturbios digestivos, halló a Heránides
preparando una latita de té de flores de tilo. Pepe bebió casi la mitad de
la lata antes de que Heránides llegara a contestar su "buen día" y pudiera
retirar el recipiente de la infusión del alcance del joven. Ambos permanecieron
frente a frente en silencio, junto al pensativo fuego, hasta que el sol asomó
por un agujero en el techo del galpón y ambos se percataron de que ya era
mediodía. "Cómo pasa el tiempo", sentenció, con humilde sabiduría, quien luego
llegaría a ser el Apóstol Catódico.
"Has de saber, pequeño,
que los poetas que cantaron a la ciudad que se alza a la vera del río del
color del río la llamaron 'la ciudad junto al río inmóvil'. Esa pereza del
agua fluvial hace que los inmundos desechos del Hades, que transporta el Riachuelo,
se acumulen en la zona costera, convirtiéndola en un vero páramo de inmundicia".
"El tiempo es como
un río, el río del color del río: se estanca, y entonces hiede como el Averno.
Verdaderamente, nunca te bañarás dos veces en el mismo río: si cometes el
error de hacerlo una vez, jamás olvidarás la experiencia, botija, bó".
Exaltado ante tal
demostración de sabiduría, Pepe se arrodilló para besar las manos de Heránides
Parméclito, con tanto fervor que dio por tierra con él. Con un tono que parecía
irritado, pero que sabemos que no era tal, el filósofo dijo: "un ángel del
Señor se me ha aparecido, y me ha dicho que debo enviarte muy lejos de aquí,
para que el viaje abra tu mente a
Con
lágrimas en los ojos, Pepe preguntó: "¿y qué debo buscar, maestro?". Heránides
pareció fastidiarse, pero como sabemos bien, sólo se conmovió ante la humildad
de su discípulo. Heránides tomó de un brazo a Pepe, lo puso de pie y le dio
un empujón que simbolizaba la bendición que le impartía. "Busca... el Nirvana",
exclamó, antes de desaparecer por un hueco en la chapa degradada.
"El Nirvana", dijo
Pepe. Emocionado por la despedida, Pepe miró hacia donde había desaparecido
Heránides, y dijo: "noble Heránides Parméclito, yo no merezco ser considerado
discípulo de tan esclarecido maestro, pero déjame decirte que, de todos mis
amigos... ¡bueno eres mi primer amigo!"
(Continúa)
(1) El lector puede saltear la lectura de este capítulo, a los efectos de un mayor disfrute de la obra.
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