Reseña crítica: Año 2016. En la ciudad de Azul se produce un extraño fenómeno místico que tiene foco una iglesia donde un cura dirige misa frente a un puñado de feligreses. La figura del Cristo comienza a manar lágrimas de sangre que caen en el agua bendita que el santo varón usa para rociar a sus fieles. Todos los presentes - monaguillo incluído -fallecen y, en cabal alusión a la bíblica resurrección del cuerpo, vuelven a la vida como zombies, poniéndose de inmediato en rabiosa campaña para obtener el alimento de cada día. A través de las cámaras de seguridad del municipio, se muestran los ataques a nuevas víctimas. En tanto, en una fonda de pueblo - tal como las que abundan en el conurbano o las localidades del interior de la provincia de Buenos Aires - se lleva a cabo una emotiva ceremonia cuyo orador es el presidente de la Sociedad Rural Azulcense. La banda musical que ameniza la noche está compuesta por jóvenes de nueva ola cuyo repertorio incluye temas surferos estilo Dick Dale y son secundados por un trío de sugestivas bailarinas de curvas vertiginosas. Pero claro, para el público del lugar, compuesto por lo más ganado de la sociedad azulcense, su expectativa de una noche amena se acerca más al rasguido de seis por ocho del folklore que al espectáculo de música y "impúdica" danza de este conjunto. Sin embargo, este problema será nada en comparación con la inesperada invasión de sacerdotes y feligreses zombificados, que atacan y despedazan a sus presas. Durante la crisis, cada uno reacciona de diferente manera: el presidente de la rural, pistola en mano, sufre el síndrome "patrón de estancia" y trata de manipular la situación; su escultural esposa aprovecha para provocar sexualmente a una de las bailarinas; el chaparro encargado del establecimiento se dedica a contar chistes sin gracia; en cambio la manager del grupo musical, Betty Pep, prefiere "aprovechar el día". Hay momentos desternillantes como la irrupción de un travesti infectado (el artista invitado Mosquito Sancineto) o el "devuélvanme mi pija" del gendarme herido. Hay una secuencia de gran cine que consiste en el presidente rural observando melancólico a una niña practicando pasos de ballet con fondo de una versión de "Serenata a la Luz de la Luna" de Glenn Miller. Hay una preocupación visual traducida en depurados efectos digitales de aves en vuelo o estructuras arquitectónicas así como satisfactorios efectos especiales de sangre y heridas. Pero lo fundamental es una banda sonora compuesta íntegramente de una cuidada selección de temas de rockabilly cuyo engarce en una trama irreverente logra el raro mérito de una no sea excusa de la otra. [Cinefania.com]
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