Reseña crítica: Desde su inicio con THE OFFSPRING (Arg: Gritos en Oldfield / Esp [v/tv]: Gritos en Oldfield / Gritos y susurros-1987), Jeff Burr se ha dado a conocer como artesano especialista en imprimir interés a secuelas ajenas hasta que PHANTOM TOWN implicó un proyecto original para el inefable Vlad Paunescu, nexo entre el cine clase B de Hollylwood y la productora rumana Castel Film que ofrece locaciones a precios inmejorables. En este caso, el relato se inicia con un niño del oeste que, farol en mano, asume el rol de anfitrión y narrador de lo que está por venir. El protagonista colectivo son tres chicos (dos infantes y un adolescente entrado en sutil pubertad) que aprovechan que sus progenitores están de viaje para roquear y tirar la casa por la ventana. A través de un llamado telefónico (por medio de esos móviles grandes como un zapato) entran en escena los padres (Jim Metzler y Belinda Montgomery) que desaparecen tras observar algo pasmoso en plena carretera. Atemorizados por si les pasó algo, los chicos se ponen en camino y la búsqueda los conduce a un anacrónico pueblo del viejo oeste, con su calle principal, su saloon y una multitud de pueblerinos que van y vienen de un lado al otro, pero a paso como de tortuga... o de espectro. Ni bien alojarse en un motel, un botones enano impone un llamado de atención, el conserje actúa de forma extraña y hasta el hermano mayor sufre un desvarío y corre peligro de caer víctima del misterio del pueblo. Salvado a tiempo por el inquieto hermano menor, que asumirá ese rol en varias ocasiones, los héroes regresan al hotel donde comienza una vorágine extraordinaria que no cesará hasta el desenlace. El conserje se disuelve en una especie de gelatina verde, recurso notable para ofrecer gore en un film infantil –o, en este caso, para público prepúber– pero reemplazando el color rojo por el verde (solución adoptada por Claudio Fragasso para acometer su increíble TROLLI). Más tarde, el hermanito encuentra a sus padres pero a la brevedad se revelan como alienígenas camuflados que también se disuelven. Atrapados en el interior de una mina por unos tentáculos, un ojo gigante parece ser el director de esta invasión. El menudo héroe resolverá la amenaza haciéndole disparar a un peligroso pistolero fantasma que ciega a la criatura. Rescatando a los auténticos padres, los chicos huyen del lugar no sin antes tener que enfrentar a un sheriff semimutante con un brazo convertido en tentáculo.
El clima nocturno permanente y la sugestiva iluminación cimentada en colores fuertes y primarios, imprimen un sobresaliente aire a las portadas de R.L. Stine. Como si todo esto fuera poco, el desenlace ya no feliz, como en INVADERS FROM MARS (Los invasores de Marte-1953) ni ambiguo, como en INVASION OF THE BODY SNATCHERS (Arg: Los usurpadores de cuerpos / Esp: La invasión de los ladrones de cuerpos / Mex: Muertos vivientes-1956) sino netamente nihilista e infeliz es satisfactoria recompensa de un producto cinematográfico de presupuesto y aspiraciones menores pero rico en su pobreza. [Cinefania.com]
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