Reseña crítica: Hopalong Cassidy. El paladín de grandes y chicos, el cowboy de los parietales plateados por el tiempo, del hablar bajo pero lleno de convicción, de la sonrisa franca y contagiosa. El centauro siempre ladeado por un "oldtimer" y un joven vigoroso, vuelve a cabalgar y, en la faena por desentrañar un robo de joyas y su consiguiente resolución, nos hace testigos de las causas de su reiterada popularidad. Los primeros fotogramas son una explicación sin palabras de la definición de western, con tres jinetes que se pierden en un dilatado marco natural cuyo horizonte está amurado con montañas auténticas que son, como lo intuyeran padres fundadores como Thomas Ince o John Ford, requisito fundacional del género. No hay mucho tiempo de apreciar el paisaje (aunque lo habrá, dado que en los sucesivos cincuenta minutos una y cada una de las secuencia en exteriores tendrá como fondo esa imponente pared de roca) que aparece la arquetípica diligencia que es perseguida por una gavilla de forajidos capitaneada por Francis McDonald. Atraídos como moscas a la melaza, despojan a los pasajeros de un baúl con efectos personales y se están dando a la fuga cuando los tres jinetes aludidos (William Boyd, el veterano comic-relief Andy Clyde y un juvenil George Reeves) los espantan a los tiros. Agradecida por la tardía mano, la señora (Betty Blythe) los invita a escoltarlos a su rancho donde su hija (Dustine Farnum, joven retoño del gran Dustin Farnum, cowboy que entretuvo a nuestros bisabuelos) se dedica a los preparativos de su boda con un recio galán (Robert Mitchum, en una de sus varias intervenciones secundarias en los films de Hopalong Cassidy). En el baúl robado estaban las joyas que Mitchum pensaba ofrecer como obsequio de bodas. Así que para recuperarlas acepta un préstamo de parte del amigo de la familia encarnado por el pérfido Victor Jory. Ese dinero, a su vez, ha sido sustraído por los facinerosos a Hoppy con lo cual el genio craneano de Victor Jory no solo trata de acrecentar su patrimonio sino quedarse con ganado y rancho ajenos. La tarea de detenerlo tendrá sus bemoles con el propio Mitchum, cuya candidez y sentido del honor le llevan a desconfiar de Hopalong en vez del incuestionable Victor Jory. Los pasos de comedia de Andy Clyde están complementados por el hallazgo cómico de Earle Hodgins, especializado en movilizar una rebelde mula al estimulante son de su banjo; también hay trompadas (una de antología de Reeves a Mitchum), tiroteos, muertos y una concisión narrativa tal que el film ni siquiera se excede de la hora de metraje. Un mini-western que es ideal aperitivo de una tarde-noche de apetitoso y vital cine. [Cinefania.com]
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