Reseña crítica: Una oscura noche, en un pasillo de la tenebrosa mansión Stoker Moran, una chica (Joyce Moore) fallece en brazos de su hermana Helen (Angela Baddeley). Antes de expirar pronuncia unas palabras que ella recuerda más tarde: "banda de lunares". El principal sospechoso es el amenazador y osco Dr. Rylott (Lyn Harding, puntillista tespiano que más tarde regresaría al universo Holmes como Moriarty), padrastro de las jóvenes que administra legalmente la herencia de ellas siempre y cuando no contraigan matrimonio. Ahora que Helen está comprometida con el joven Curtis (Ivan Brandt), acude por ayuda al maduro Dr. Watson (Athole Stewart), quien le arregla una cita con su sagaz amigo Sherlock Holmes (Raymond Massey, en una performance notable que ningún aficionado a Holmes puede perderse). No hay ninguna evidencia sólida en contra del villano, pero luego de repasar mentalmente todos los sospechosos, Holmes está convencido de la culpabilidad de Rylott. Tras una visita al castillo y, en especial, al dormitorio de la joven, Holmes y Watson se proponen aguardar pacientemente que aquello que mató a la primera chica vuelva a atacar. Según los especialistas, "La banda moteada" de Conan Doyle es el mejor de los relatos cortos del personaje. La acelerada ficción de la copia disponible (una copia canadiense de 50 minutos de metraje) incluye unos polémicos elementos ajenos al Holmes tradicional, como unos anacrónicos intercomunicadores y unas empleadas que se encargan de mecanografiar los informes de los casos en la moderna oficina del 107 de Baker Street. Fuera, hay carruajes y bandas de gitanos que van y vienen. Dentro, Holmes se la pasa en robe de chambre y fumando su clásica pipa. Felizmente esos detalles pintorescos no generan demasiado ruido a la hora de apreciar dos o tres aciertos del poco conocido realizador inglés Jack Raymond. El clima ominoso del castillo, la insinuante secuencia inicial con unos gitanos sombríos y sus musiquillas, las dos secuencias de Rylott supervisando a su siniestro criado hindú (Franklyn Bellamy) y unas cuantas perlitas fotográficas (mérito del D.F. Freddie Young): un Holmes revisando la chimenea enfocado desde el interior de tal chimenea; la sobreimpresión del rostro observador de cada sospechoso a medida que Watson los describe a Holmes; una toma del pasillo de la muerte con Helen al fondo del cuadro y su padrastro agobiándola en primer plano. Con este componente visual el tono general del film se vuelca hacia el terror que, por entonces, hacía poco había tenido su bautismo genérico con el DRACULA de Tod Browning. Esta digna batería de recursos cinematográficos intenta suplir la ausencia de banda sonora y los extensos silencios que se producen ante la ausencia de diálogos. Será cuestión que el tiempo arroje alguna versión con la media hora faltante para evaluar si este Holmes merece ser considerado el nexo magistral entre el Barrymore silente y el Rathbone clásico. [Cinefania.com]
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