Reseña crítica: Música tremebunda cuyos mejores pasajes nos recuerda a la "música espacial" de György Ligeti para 2001 de Kubrick; un campanario marca las 12 en punto de la noche; un coche que avanza en cámara lenta sin emitir el mínimo sonido ("parece que no tocara el suelo", observa una joven a distancia prudencial); el guía del carruaje es tan esquelético que parece la misma Muerte y en su interior transporta al Conde Frankenhausen (Carlos Agosti) que está apresurado por llegar a su morada, un castillo tenebroso. En los primeros diez minutos de metraje el director Miguel Morayta deja sentado claramente los propósitos de cada uno de los bandos antagonistas de este film. Por un lado, el grupo del Conde Cagliostro (Antonio Raxel) quien, junto a su fiel y desfigurado asistente Gestas (Pancho Córdova), ha dedicado su vida a acabar con los vampiros, ahora involucra a su propia hija Inés (Begoña Palacios) y su prometido, el joven Dr. Ricardo Pizarro (Raúl Farell) que también es discípulo de Cagliostro. Por el otro tenemos al tenebroso Conde y a su sádica ama de llaves-lugarteniente Frau Hildegarde (la argentina Bertha Moss, con un inimitable timbre alemán con acento francés), que afrontan conflictos familiares y tiempos duros para el suministro de sangre. La Condesa (Erna Martha Bauman) está virtualmente secuestrada en su alcoba y sufre la pérdida de una doncella cada luna llena, las que caen en las fauces del impulsivo Conde. Tras un comienzo dinámico, tenemos largas secuencias teóricas, donde Cagliostro explica conceptos tan delirantes y científicos como el ácido bórico como antídoto de la "vampirina" -sustancia que todos los vampiros "vivos" inoculan a sus víctimas, que convierten en "vampiros muertos"- y un breve simposio sobre blasones europeos antiguos que no conduce a nada que no sea estirar el trámite del film. Luego varios devaneos llegamos al nudo esencial de la trama, que surge cuando Cagliostro tiene que hacer un oportuno viaje que lo tendrá fuera durante un tiempo y a Inés se le ocurre hacerse pasar por doncella para ingresar a trabajar para la Condesa y así poder descubrir si el Conde es o no un vampiro. La audacia de semejante plan y el grave peligro en que se mete la jovencita da pie al director para ofrecernos algunas de las secuencias más logradas del film, como cuando Frankenhausen sale por la noche y trata de introducirse en el dormitorio de Inés o bien con la cruel tortura que infringe la Frau al pobre lacayo Lázaro (Enrique Lucero). A pesar de tiene unas cuantas secuencias que podrían haberse abreviado o bien eliminado (en especial el ataque aéreo del Conde convertido en vampiro gigante), el film nos permite apreciar unos interiores y una arquitectura de castillo que creemos es lo más cercano a lo visto en SON OF FRANKENSTEIN (El Hijo de Frankenstein-1939) que el cine mostraría hasta el estreno de la memorable YOUNG FRANKENSTEIN (El Joven Frankenstein-1974) de Mel Brooks. Al mejor estilo Hollywood del siglo XXI, el film deja la puerta abierta para una secuela, que sería... LA INVASIÓN DE LOS VAMPIROS (1961). [Cinefania.com]
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