Reseña crítica: Estrenada el día que se cumplían veinte años de la muerte de Gaston Leroux, esta versión argentina se animó a incluir en la trama elementos de actualidad - como la energía atómica - aunque respetando la fuente original de punta a punta. Rouletabille (Tito Alonso) es el reporter más joven de la redacción de "Le Matin". Su jefe (Arturo Arcari) lo subestima y, como castigo, le asigna al disparatado fotógrafo Sinclair (el comediante Adolfo Stray) para ir a hacerle un reportaje al excéntrico profesor Stangerson (Agustín Orrequia). En camino a su apartada finca, Rouletabille encuentra un pañuelo con el aroma del perfume de "la mujer vestida de negro" (el aviso de la potencial secuela en camino... que jamás se filmó). El pañuelo, naturalmente, pertenece a la srta. Mathilde Stangerson (Herminia Franco), que mantiene una tensa conversación con su prometido, Roberto Dorcié (Floren Delbene). Esa noche ocurre el misterioso atentado del cuarto amarillo, Mathilde es atacada y cuando su padre y la servidumbre irrumpen en la habitación, la encuentran mangullada e inconciente. La puerta estaba cerrada con llave por dentro y la ventana con rejas. ¿Cómo escapó el misterioso asaltante? Llega el prestigioso inspector de policía Larsan (Santiago Gómez Cou) y se pone manos a la obra, desplegando unos métodos geniales que deslumbran a Rouletabille: ante el primer interrogatorio encuentra conductas difíciles de explicar por parte de algunos empleados de la casa. Poco después se percata de una inconsistencia en la coartada de Dorcié y ordena su arresto. Pero su resolución del caso no es compartida por Rouletabille que cree que Dorcié es inocente y que el criminal sigue suelto y acechando. Y el caso se complica con la sustracción de unas fórmulas atómicas secretas del profesor. Pero a no desesperar: en veloz concatenación de sucesos, Rouletabille afronta en la misma corte la metódica explicación del misterio del cuarto amarillo así como la identificación del asesino (en efecto, tantos atentados que al final hay que lamentar una muerte). Y todo, merced a un realizador de mano resoluta, en el lapso de ochenta minutos. Lejos del recordado saltimbanqui de Roland Toutain, Tito Alonso compone un Rouletabille más discreto y realista pero igualmente entusiasta y enérgico a la hora de fundamentar sus teorías. Una de las cuestiones fundamentales de esta adaptación -y también otras- es como evitar generar impresión de amor de mujer y hombre entre Rouletabille y Mathilde cuando se intenta sugerir amor de madre a hijo. Tal vez la reacción del personaje de Dorcié, que jamás ofrece ni un atisbo de celos ante el natural y evidente embelezamiento entre ellos, pueda considerarse antinatural o carente de explicación. Pero lo que sí está bien equilibrado es el espíritu del absorbente misterio de la novela de Leroux, con lo cual es una pena que no se haya filmado la siguiente novela del personaje. La tendencia del cine argentino de filmar los clásicos universales - como por entonces se decía - cayó en desgracia debido a críticas internas que argumentaban que si el cine nacional generaría algún interés en el mundo sería exponiendo y desarrollando sus propios temas y no creaciones ajenas. Teniendo en cuenta la virulencia de las polémicas en el cine -así como en el resto de los gremios y disciplinas de los argentinos- no es sorprendente que a nadie se le hubiera ocurrido filmar temas argentinos pero sin dejar de seguir adaptando estas obras famosas extranjeras. [Cinefania.com]
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