Reseña crítica: A pesar que todo film de la década del '30 de menos de hora de metraje suele levantar sospechas de ser un típico clase B sin mayores aspiraciones, en este caso es para sacarse el sombrero. Como todo buen thriller, se inicia a toda máquina, con un taxi llegando tarde a la pista desde donde está por despegar un aeroplano. En el automóvil llega Nick Carter (Walter Pidgeon, en la primera de tres películas en que encarnara al vibrante detective de las dime novels), haciéndose pasar por un tal "Robert Chalmers". A bordo del avión está el Prof. Keller (Henry Hull, en plan científico excéntrico), aferrado a un maletín que contiene planos de un revolucionario prototipo de caza. "Chalmers" se presenta como asistente del Sr. Streeter, director de la fábrica Radex, lugar a donde Keller se dirige para proceder a la fabricación del nuevo aeroplano. En los primeros minutos de metraje ya tenemos el primer intento de unos espías por apropiarse del valioso plano, con la consiguiente reacción de Carter que, a los tiros, recupera el maletín y logra huir con el profesor y la sugerente azafata Lou (Rita Johnson), que maneja los controles mejor que un piloto. Al llegar a destino, Streeter (el eterno secundario Addison Richards) lo recibe explicándole que, a pesar de las estrictas normas de seguridad de la planta, han sufrido el robo de uno de los planos. Sospechando de todo el mundo, y también de Lou, Carter recomienda a Streeter que asigne a la azafata un puesto en la enfermería de manera que pueda tenerla a la vista. En tanto la lista de sospechosos aumenta con el propio profesor Keller, el médico de la planta (Stanley Ridges) y un diminuto y observador obrero (Martin Kosleck), Nick es abordado por su vecino, un apicultor llamado Mr. Bartholomew (el eterno petisín Donald Meek) que, con ínfulas de detective privado, intenta enrolarse en el caso entrometiéndose pero también dándole ayuda en momentos difíciles. Llega el día del vuelo de prueba y uno de los ingenieros (Wally Maher) pilotea la máquina. Tras un ascenso fenomenal, el aparato pierde altura y, al desprenderse las alas, se desploma e incendia. El desastre es investigado por Carter y cuando comprueba que hubo sabotaje, el cerebro de la conspiración trata de huir llevándose a Lou como rehén. Esto dará pie a una memorable secuencia de acción aeronaval que, estando el realizador Jacques Tourneur a los mandos, se torna una maravilla técnica de montaje y tensión. Pero esto no es todo, el film entero es prodigioso en cuanto a desarrollo dinámico y economía narrativa, diálogos en interiores y secuencias de acción en exteriores, retroproyecciones y miniaturas. A las virtudes de Tourneur agregar la química entre Pidgeon y Rita Johnson y el lucimiento de Donald Meek así como del citado Addison Richards, todos (y alguno más que omitimos), reitero, todos en el módico metraje de 59 (¡cincuenta y nueve!) minutos. ¿Qué más se puede pedir? [Cinefania.com]
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