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Con ustedes, cinco álbumes editados en las últimas semanas de 2016: los nuevos discos de viejos héroes del Valhalla del rock como Skay Beilinson, David Lebón, The Rolling Stones, Sting y Garbage. Si quieren un sexto, acá pueden leer el comentario de Volumen 11 de Andrés Calamaro, que salió hace una semana. ¡Adelante los valientes!
EL ENGRANAJE DE CRISTAL
Skay Beilinson y Los Fakires. Urbe Orbe, 2016.
El sexto disco solista de Skay Beilinson se mantiene fielmente dentro de las líneas maestras de lo que hasta ahora ha sido su carrera tras la desmaterialización definitiva de Patricio Rey. Tan marcada es la continuidad que hasta la guitarra acústica que cerraba el álbum previo, La luna hueca, acompaña Cáscaras, la fábula inicial de El engranaje de cristal, una especie de parábola sufí que culmina en algo asi como un satori psicodélico.
El segundo tema, Quisiera llevarte, continúa la tradición beilinsoniana de las frases de guitarra nacidas para ser tarareadas, en la escuela de George Harrison, artista con el que es fácil emparentar a Skay por esa cualidad melódica de los solos, por el interés por la espiritualidad y el misticismo de muchas de sus letras, y por su acogida a influencias de la música oriental: india en el caso de Harrison, árabe en el caso de Skay. Cáscaras tiene algunas sonoridades árabes, que se hacen más evidentes en La procesión. (Además del de Harrison, otro legendario nombre británico es invocado claramente por la música de Skay: el de Led Zeppelin).
Hablábamos del Beatle silencioso, y hay otro tema de este disco que recuerda a uno suyo: el tan oriental desprecio del ego que campeaba en I me mine encuentra su traducción en Egotrip, un tema ganchero y casi profesionalmente ricotero cuya letra parece tener un destinatario muy obvio. Equilibrista alterna partes acústicas y bluseras y cuenta con una preciosa letra de Daniel Amiano. En la fragua tiene una estructura musical similar, y su letra habla de un herrero y su oficio de forjar un alma "golpe tras golpe", trabajando arduamente sobre el "orgullo y la vanidad".
Cuando el compositor principal y el guitarrista de una banda son dos músicos diferentes, suele suceder que la carrera solista del instrumentista se atiene más fielmente al sonido clásico de dicha banda que el de su líder compositivo: el caso de Keith Richards, el de Jimmy Page, el de David Lebón en sus primeros discos tras Serú Girán. Sumaría claramente a esa lista, que reconozco un tanto artificiosa, a Skay: dos pruebas posibles serían lo muy claramente ricoteras que suenan Chico bomba y La calle del limbo, que sin exigir demasiado esfuerzo a la imaginación podrían concebirse como outtakes de Lobo suelto, cordero atado. La última canción, El carguero del sur, menciona a un alegórico tren que no detiene su marcha y se lleva penas, y precede al cierre instrumental y acústico de Epílogo.
ENCUENTRO SUPREMO
David Lebón. Sony Music, 2016
Toda persona de bien quiere que a David Lebón le sonría el éxito. El entrañable héroe de la guitarra ayuda y se ayuda bastante en este lindo disco, con canciones de melodías límpidas, lucidos arreglos y solos de guitarra a cuyo estudio debería dedicarse una asignatura entera en una eventual Escuela del Rock Argentino. El álbum flaquea en el punto débil de siempre del Ruso, las letras, aunque esto merece un matiz: las de su primer disco son de una inocencia y una dulzura geniales, que logra replicar en grandes canciones de etapas posteriores como Tema de los devotos, Parado en medio de la vida o El tiempo es veloz. Incluso Lebón también demostró saber escribir letras irónicas, como es el caso de Rock de los chicos malos, Qué te pasa Argentina, Mis amigos dicen o Prácticamente un blues. Así que choca un poco verlo recaer en mantras de la autoayuda más crasa o en la melosidad de los pretéritos Banana Pueyrredón o Eddie Sierra. Justamente, hay un tema del disco, Está todo bien, que remite directamente al estribillo de una canción de Eddie Sierra de hace un cuarto de siglo. Del autor del rockerísimo, voladísimo y psicodélico Tema de Seleste esperamos más.
Pero todas las canciones son muy agradables melódicamente, están muy bien tocadas y, después de todo, las letras están para acompañar la melodía, algo que ya decían unos tales Paul McCartney y John Lennon hace medio siglo. Último viaje es un glorioso rockito sureño, Latin rumba y Volver a Cuba retoman exitosamente exploraciones en el rock con aires latinos de la época de Seleste o Nayla, Dr. Rock exhibe un pulso bailable irresistible, y cierra la placa una linda versión de Laura va de Almendra. David sigue tocando bárbaro, y su voz ha recuperado agudos. Como cantara uno de los amigos más queridos de David, un guerrero no detiene jamás su marcha.
BLUE AND LONESOME
The Rolling Stones. Polydor, 2016
La tentación de hablar de cerrar un círculo es demasiado poderosa: la banda que comenzó adorando a viejos y entonces casi desconocidos bluseros graba, más de medio siglo después, un disco de viejos blues. Pero los Rolling Stones suenan aquí rejuvenecidos, frescos: no da la sensación de que estos temas hayan sido recalentados en un eventual y metafórico microondas musical. Tampoco eligieron temas obvios: Commit a crime no es de lo más popular de Howlin' Wolf, así como la tremenda I can't quit you baby que cierra la placa, en la que toca también Eric Clapton, no es la pieza que uno asocia inmediatamente con Willie Dixon. Y Little Walter, el armoniquista y guitarrista que colaborara con Muddy Waters, tampoco es una elección inmediata para celebrar a estos viejos ritmos negros de lo más profundo del Sur de Estados Unidos.
Como toda placa dedicada a un solo género, se corre el albur de que resulte monótona a quien no lo tiene entre sus preferencias. (Por otro lado ¿a cuánta gente puede no gustarle el blues?). Y las letras no suelen ser extraordinarias, aunque cumplen perfectamente con su rol básico de subrayar la melodía principal. En este aspecto destacaría el tono burlón de Everybody knows about my good thing de Little Johnny Taylor, otro tema en el que participa Clapton, que además es buenísimo y está tocado maravillosamente bien, como todo en este disco. La voz de Jagger está en forma excelsa, Richards y Wood están en su salsa, y Charlie Watts toca como si los Rolling Stones fuera la banda que lo acompaña a él.
¡No le faltaría razón!
57th AND 9th
Sting. A&M, 2016
Un poco exagerado eso de que Sting vuelve al rock: como si grabar un disco de música del siglo XVI lo hubiera desterrado del género. Pero sí es cierto de que el disco del ex líder de The Police es un muy buen disco de rock, más allá de que también haya pop, baladas y aires de Medio Oriente. La muy buena pista inicial, I cant´t stop thinking, no desentonaria en Synchronicity. 50.000 es otra canción buenísima: una visión introspectiva del estrellato rockero y de sus límites ante el poder de... La Parca ("50 mil manos saludan a un hombre que es como vos y yo / Creamos los dioses que podemos y les regalamos la inmortalidad / Todavía creo en aquella vieja mentira, aquella que mi propia cara desmiente / las estrellas de rock nunca mueren, sólo se desvanecen"). One fine day es un lindo tema con una letra preocupada por el cambio climático. (Sting sigue siendo la quintaesencia del cantautor rockero políticamente correcto). Pretty young soldier, una canción en 6x8 con patrones de guitarra llamativos, cuenta una historia rara y no del todo lograda: una chica está tan enamorada de su novio que, cuando él se suma al ejército, se disfraza de hombre y se suma a las filas. Hay un rock no inocente de alegoría, Petrol head, que parece una celebración del veloz mundo de los fierros, así como Heading south on the Great North Road lo es de la carretera. También se destaca If you can't love me, una amarga y poderosa balada de desamor. Cierran el álbum dos canciones que deben su inspiración a la crisis de Medio Oriente: Inshallah, un tema con reminiscencias orientales, se dirige a Dios para preguntarle si la crisis de los refugiados sirios es su voluntad. The empty chair es una bella meditación acerca de la mortalidad, a partir del triste destino de un periodista norteamericano decapitado por fanáticos religiosos en Siria. Ese punto de partida no agota la lectura: Sting, como en 50.000, habla de sí mismo también. Y de todos nosotros.
STRANGE LITTLE BIRDS
Garbage. Stun Volume, 2016.
Éste es un disco confesional, oscuro, casi una obra conceptual acerca de la muerte del amor, a veces triste y a veces iracundo. Comienza con Sometimes, la furia apenas escondida entre capas de teclados y percusiones mortuorias, ahí nomás del trip-hop. Empty, la canción más pop y de tempo más acelerado de un disco de tempos más bien contenidos, marca el tono del disco: Shirley Manson, con la voz y el magnetismo instantáneo intactos, canta acerca de estar "vacía". Quien quiera estribillos celebratorios, que los busque en otros discos de la banda.
Strange little birds tal vez es demasiado vintage Garbage y demasiado homogéneo: no hay temas que se destaquen del resto, salvo los dos iniciales, tal vez precisamente porque son los primeros que escuchamos. La angustia del desamor impregna canciones con títulos tan elocuentes como Blackout (apagón"), que comienza pop y deriva en uno de esos estribillos abrasivos que son marca de fábrica. Otras canciones se llaman If I lost you ("si te pierdo"), Night drive loneliness ("la soledad de conducir de noche") o Even though our life is doomed (que reconoce que "aunque nuestro amor esté perdido / sos lo único por lo que vale la pena pelear"). El cierre del disco es el momento de dar vuelta la página: Amends ("enmiendas") se pregunta "¿cuándo me soltarás / y me dejarás pasar?", Fucking with you fija el recuerdo de que, al menos, la vida sexual de esa pareja hizo muy felices a ambos. Es más de lo que varios pueden decir.
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