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VEINTE REINVENCIONES EN EL ROCK ARGENTINO (PARTE II DE II)
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El doctor Alan Grant, paleontólogo musical de cabecera de esta página, se pone las pilas y nos presenta veinte reinvenciones de artistas del rock argentino en una serie de dos notas que culmina con ésta. No, ésta no, señora, por favor que hay niños mirando, sino ésta.
Andrés Calamaro en Nadie sale vivo de aquí, 1989
El Niño Andrés, que había sido parte de experiencias musicales tan diferentes como Raíces, Elmer's Band, Los Abuelos de la Nada o Ray Milland Band, recién se sacó de encima el rótulo de Autor de Canciones para Chicas Lindas y Nada Más con este álbum, el tercero de su carrera solista. El disco previo, Por mirarte, suena hoy como un borrador pasteurizado, todavía demasiado deudor del poptimismo alfonsinista; Nadie sale vivo de aquí delinea casi todas las tendencias futuras de su carrera, desde la cita erudita rockera que revela el nombre del disco hasta las canciones de amor tristes, al estilo de las magníficas Pasemos a otro tema o Señal que te he perdido. También hay temas de inspiración folklórica como No tengo tiempo, rockitos disfrutables como el que da nombre a la placa o Señoritas, relatos de adictos desesperados por un dealer como Con la soga al cuello, y hasta un talking blues inspirado en una novela de Brian Aldiss, Dos Romeos. Como con toda la obra solista de Calamaro hasta ese entonces, fue un fracaso comercial (!), tanto que Andrés le dijo a Gloria Guerrero, en un reportaje de aquel 1989 para la revista Humo®, que "nadie lo tenía previsto, pero al final terminé convirtiéndome en un artista maldito" (!).
Tras este disco, Andrés se fue a Europa, de donde volvió con Los Rodríguez, convertido en La Gran Bestia Pop. Desmontar a ese Andrés le costó otra reconversión, la de pasar a ser El Salmón, el torrencial autor de canciones incapaz de separar la paja del trigo editándose a sí mismo. Pero, para continuar en el mismo campo metafórico, eso es harina de otro costal (?).
Soda Stereo en Dynamo, 1992
Hay un poco de trampa en elegir los discos de Soda Stereo que representan cortes con su pasado inmediato, porque la obra de Soda, como Gustavo Cerati en su etapa solista, como los Beatles, se deja describir menos como una serie de continuidades interrumpidas cada tanto que como una evolución continua, un cambio permanente de disco a disco. Pero después de Canción animal, cuyo rock dionisíaco a la Pescado Rabioso bien podría considerarse una ruptura más tras Doble vida, vino un Dynamo que cambió totalmente el paisaje musical hacia el rock electrónico, un poco lo que hizo U2, que por esa misma época había dado el salto de Rattle & Hum a Achtung Baby. Cerati compuso para este álbum canciones tan geniales como Fue, o Luna Roja, o Texturas, o Primavera 0: no entiendo qué pudo no entusiasmar de este disco al público del rock argentino de la época. (Derecha: versión en vivo de Fue, Estadio Monumental, 21 de diciembre de 2007, con Gillespi en trompeta).
Charly García en Say No More, 1996
Claro que no debe ser fácil ser Charly García. Componer durante un cuarto de siglo canciones que forman parte del inconsciente colectivo de los argentinos, derrotar una y otra vez a golpe de grandes discos a quienes lo desvalorizaban, llenar estadios en toda Hispanoamérica, tener a sus pies a las chicas y los presidentes que quisiera, ser aplaudido aún en el disparate, hasta inventar lo que hoy Twitter llama consumo irónico: no otra cosa parece hoy su participación en los recitales del regreso de Serú Girán en 1992. (En los recitales, no así en Serú '92, que sólo comete el pecado de reflejar sinceramente que desde No llores por mí Argentina había pasado toda la década del '80, con su ¿evolución? de Charly García de primus inter pares de un cuarteto de grandes músicos a rockstar intratable). ¿Y después de todo esto, qué?
Después de todo esto, y tras un par de colapsos químicos e intentos de reinvención a lo Cassandra Lange o La hija de la lágrima, llegó la hora del constant concept. Harto de los acordes, las melodías y los arreglos pop, Charly se tiró del noveno piso del rock y se zambulló en la creación de climas, la aleatoriedad, las disonancias, las letras superpuestas, la xenocronía zappiana, el caos creativo, el lo-fi. Así y todo, en el disco están Cuchillos y Alguien en el mundo piensa en mí, el hit que no fue sólo porque, tras veinticinco años de adoración más o menos continuada, nos comenzó a interesar más la posibilidad de un Götterdämmerung.
Luis Alberto Spinetta en Spinetta y Los Socios del Desierto, 1995-97
Otra reinvención tramposa, por cuanto Spineta es siempre igual a sí mismo, y por cuanto los rocks furiosos como Cheques o Nasty people hacen pensar en una ruptura con el pasado que no es taaan grande, considerando el disco en su conjunto. El sol y la afeitadora eléctrica podría hacer temer que éste fuera un disco de letras autoparódicas, afeadas por el abuso de la escritura automática, pero temas com Bosnia, Diana, Tony o Jardín de gente están entre las joyas de la carrera de Spinetta, que ya es bastante decir. En mi humilde opinión, uno de los discos ideales para entrarle a la obra del Flaco. Y pensar que fue grabado en 1995 y su edición se demoró dos años porque Spinetta no encontraba compañía que le pagara el anticipo que pretendía cobrar..
Los Fabulosos Cadillacs en Fabulosos Calavera, 1997
Hacia 1986-87, Los Fabulosos Cadillacs eran casi un chiste: tocaban, y no muy bien, estilos musicales poco conocidos en Argentina como el ska o el dub, y escribían letras graciosas que de tan burdas no causaban gracia, como Mi novia se cayó en un pozo ciego. O al menos tanta gracia como la que sí causaban solecismos musicales involuntariamente hilarantes como Yo quiero morirme acá. (En el inolvidable sketch de Borges y Álvarez, Alberto Olmedo una vez recitó la segunda estrofa en tono serio, como si fuera un poema, coronándola con un "Los Fabulosos Cadillacs, argentinos, contemporáneos"). Pero con los años la banda empezó a sonar realmente bien, se agregaron al repertorio ritmos y temáticas latinoamericanas, y para mediados de los noventa Los Fabulosos Cadillacs era un grupo exitoso en toda Hispanoamérica, y al cual valía la pena escuchar. (Un camino similar al de sus ídolos, The Clash).
Fue entonces cuando los Cadillacs dieron un volantazo, acercándose al tango, al jazz, al hardcore y a climas urbanos bien porteños, con referencias a muertos en vida por La Paternal, a Sábato, a Parque Lezama, a Piazzolla, a la calle Corrientes: un camino que continuaría en el disco siguiente con temas como La vida. Después, empezarían el siglo acometiendo demoradas carreras solistas, como es el caso de Vicentico: ahí podríamos hablar de otra de las reconversiones de las que tratan estos dos artículos, sólo que la música de Vicentico me atrae bastante menos que los otros artistas incluidos. Un tiro para el lado de la subjetividad (!).
Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota en Último bondi a Finisterre, 1998
Con Prodigy o Garbage, al viejo cuerpo del rock se le injertaron prótesis cibernéticas, armando el Robocop musical de la segunda mitad de la década del noventa. Patricio Rey jugó fuerte al inspirar este viaje a sus epígonos, no por el resultado artístico, que fue muy bueno como siempre, sino porque al pueblo ricotero le costó bastante aceptarlo. Como ya escribí en otra oportunidad, la clave de esa disonancia la da Jorge Luis Borges en una nota periodística de 1935 acerca de La Vuelta de Martín Fierro y la general inferioridad de las segundas partes de las obras literarias: "sospecho que la fatiga del escritor tiene alguna culpa, y mucho más que la del escritor, la del público. Éste, en efecto, requiere una proeza no muy posible: la repetición de un asombro. Quiere ser asombrado por el héroe que la primera parte le descubrió, y no tolera ningún cambio en el héroe. Quiere lo mismo y quiere que lo mismo sea diferente" ("Textos recobrados 1931-1955", tomo 18 de sus Obras Completas, Editorial Sudamericana, Buenos Aires 2011).
La incorporación de programaciones, capas de teclados y percusión adicional predice el viaje solista del Indio Solari, así como esa meditación sobre la mortalidad que es la letra de El árbol del Gran Bonete aparece para luego ser retomada varias veces en su carrera en solitario (La muerte y yo, Porqué será que no me quiere Dios, No es Dios todo lo que reluce, Las supersticiones traen mala suerte). Las letras del Indio son de la misma calidad que siempre, y enaltecen el disco triunfos notorios como Alien Duce y, sobre todo, La pequeña novia del carioca, una de las cuatro o cinco mejores canciones de Los Redonditos, y las otras de esa lista las discutimos, Segurola y Habana 4310 séptimo piso (?). ¿Qué más querían, amigos ricoteros?
Bersuit Vergarabat en Libertinaje, 1998
Bersuit venía de años de hacer un culto de la fisura expuesta, cortejando el abismo en cada madrugada, llegando hasta a tener que robar en un Toledo de Mar del Plata (?) para comer, como alguna vez contó Gustavo Cordera. Hubo un día en que el reviente no dio para más, la banda comenzó a hacer pie de nuevo en la Argentina de la Edad de Plata de la Convertibilidad, y para 1998 estaba en condiciones de trabajar con un productor de nivel internacional como Gustavo Santaolalla y de presentarle un repertorio de canciones con varios potenciales hits y un tema, Vuelos, que no puedo escuchar sin que se me hiele la sangre: la canción es de una belleza atroz, por lo doloroso de su tema, y la interpretación vocal de Cordera es adecuadamente escalofriante.
Por mi parte, con esa canción se ganaron el derecho a hacer panfletos antimenemistas bastante burdos como Señor Cobranza y Se viene, o bromas que tensionan los límites del buen gusto como C.S.M. y, sobre todo, Yo tomo. (Aunque bien que a Frank Zappa se le festejan exabruptos escatológicos del mismo cariz. Somos una manga de hipócritas). Con Libertinaje y sus discos sucesores, Bersuit se ganó el derecho a integrar la banda de sonido del derrumbe argentino de 1999-2002, junto con Babasónicos, Divididos, Los Redonditos de Ricota y Andrés Calamaro.
Pez
Pez fue un trío de hard rock en Cabeza, y otro trío diferente en Quemado, que además de rockear se atrevía a versionar a ¡Astor Piazzolla! Grabó luego un disco cercano al punk como Pez, otro con formación ampliada con teclados y vientos como Frágilinvencible, otro con un sonido con matices jazzeros y cercanos a la música rioplatense como Convivencia sagrada, otro de regreso a la canción y con una paleta instrumental ampliada como El sol detrás del sol, otro cercano al viejo rock progresivo argentino como Foklore, otro influido por el folk y con la colaboración letrística de Fabián Casas como Hoy... y recién vamos por 2006. Como ejemplo de la verdadera actitud rockera, que es jamás permanecer en la zona de confort lírica, musical o existencial, debe haber pocos tan contundentes. ¡Pero todavía te falta hacer un disco de reguetón y otro de dodecafonismo villero, Minimal!
Babasónicos
De Pasto, un disco casi punk, a Trance Zomba, un cambio más arriba y unos cuantos pasos en el camino del rap y el funk más adelante. De Trance Zomba a Dopádromo y su excursión por los arrabales de la psicodelia y hasta el rock pesado. Tras Babasónica, vino un salto al pop-rock con abundantes y notorios manchones de kitsch menemista en Miami, y la evolución de ese sonido llevó a Babasónicos a Jessico, una catarata de hits que trajeron un poco de alegría y desenfado en uno de los peores momentos de la historia argentina. A esta altura, el grupo de Lanús estaba en la primera fila del rock argentino, tras una década de cambios continuos, sin perder su esencia experimental, ni su capacidad de provocar al público de rock así fuera evocando a ¡Aldo y Los Pasteles Verdes!, ni su condición de Banda Preferida de las Chicas Lindas. Que no es un reproche sino un reconocimiento.
Gustavo Cerati en Ahí vamos, 2006
Tras un muy buen regreso a su carrera solista con Bocanada y un sucesor algo lánguido y por momentos hasta aburrido como Siempre es hoy, Cerati la relanzó con un gran disco guitarrero, donde se nota la influencia de su buddy y compinche de décadas, Richardo Coleman. Hay una admisión en La excepción que suena casi a proyecto de vida para un rockero que pasó los cuarenta ("que durar sea mejor que arder"), y baladas como Lago en el cielo, Adiós o Crimen que interrumpen, complementándolo, el régimen rockero continuo desatado por grandes temas como Al fin sucede o Uno entre mil.
Cerati volvería a cambiar de rumbo con su definitivo Fuerza natural, disco del cual dijera que, si fuera el último de su carrera, estaría contento. No sabía que estaba siendo tan literal, del mismo modo que los versos iniciales de la canción que da nombre al disco suenan, hoy, muy perturbadores: "puedo equivocarme / tengo todo por delante / nunca me sentí tan bien. / Viajo sin moverme de aquí". Quedan las canciones, esa módica forma de inmortalidad.
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