Todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia
EL GORDO AMENÁBAR
Nunca estuve tan cerca de creer en que seres extraterrestres visitaron la Tierra que el día en que dos nenes de unos ocho a diez años, uno con una casaca de River Plate y otro con la de Boca Juniors, abrieron la puerta de calle de una casa de cierto barrio de Mar del Plata.
Era un chalecito de clase media de los años sesenta o setenta, nada ostentoso, con el ocasional detalle estropeado o gastado pero limpio y con aspecto general de hogar. En la cocina había una señora mayor amasando ñoquis, que entiendo serían para frizar y guardar para otro día porque, en el patio, un cuarentón alto y barbado se preparaba para asar unos chorizos, unas morcillas y un par de pollos. Una mujer de más o menos su misma edad, entendí que su pareja, insistía en que probara unas berenjenas en escabeche para saber si estaban para ser servidas. Atravesé una galería esquivando un par de bicicletas y un gato somnoliento y llegué a una habitación donde me esperaba aquel a quien había ido a buscar.
Luciano Amenábar, el Gordo, es un hombre mayor, de unos setenta y cinco años, de una cultura a menudo sorprendente y una vida aventurera. Fue marinero fluvial en el río Paraná, lavacopas en Londres, sereno de obras en construcción y albañil en Barcelona, electricista en Alicante, encargado del depósito de una librería esotérica en Madrid. Cuando la librería quebró, el dueño le dijo que sólo le podía pagar los sueldos adeudados con libros, y fue así que el Gordo regresó a Buenos Aires en 1979 y se hizo librero por un tiempo, con los volúmenes que le habían entregado en pago como capital de la librería. Fue en esa época en que el Flaco Luis Alberto Spinetta lo conoció, como cliente. Trabaron amistad enseguida, tanto que Luis le dedicó un tema, el instrumental Amenábar que abre Alma de Diamante de Spinetta Jade. Al poco tiempo el Gordo se hartó de los libros de ocultismo y del país, se fue a Estados Unidos, retornó y se volvió a ir más de una vez, y en uno de sus regresos Luis le dio una mano contratándolo como chofer de giras y asistente de su asistente de siempre, el recordado Vieja Barrios. El Gordo había terminado solo y sin un centavo, y se había ido a vivir a la casa de su hermana viuda y su hijo casado, en Mar del Plata. Yo lo había ido a entrevistar para un libro que estaba escribiendo acerca del Flaco, porque era una fuente valiosa con la que quería cotejar versiones de historias de Luis. El Gordo estaba acostado en la cama de la pequeña habitación que su hermana le había cedido, no más que un galponcito acondicionado como dormitorio, reponiéndose de una pequeña fractura en una costilla por culpa de una caída destapando una canaleta.
- Mire, todo eso que me pregunta, de supuestos personajes reales detrás de las canciones... La gente no quiere hechos, quiere creer. Es inútil combatir las leyendas con hechos. Además pasaron cincuenta años o más ¿a quién le importa algo que tal vez ni el propio Luis recordaría? (Canta versos de La búsqueda de la estrella) "la memoria / me resulta complicada". ¿De qué hechos podemos hablar que no sean zurcidos de la memoria para remendar olvidos? Y sin embargo...
Se quedó mirando un instante un póster que había pegado en la puerta de entrada, una fotografía del David Bowie de mitad de los años noventa y la leyenda Hallo Spaceboy. Afuera, en el patio, uno de los chicos que me abrió la puerta de calle gritaba "¡goool!" Se escuchaba chisporrotear el fuego de la parrilla. El Gordo pareció recordar algo.
- Lo más gracioso es que sí hay varias historias atrás de algunas canciones, pero nadie se imagina hasta dónde llegan. Hubo un Norberto Starosta, amigo del barrio del Flaco, militante peronist... Qué digo militante peronista, llegó a capitán de los Montoneros. Desapareció en 1976 pero no de la manera en que usted se puede imaginar cuando digo "desapareció" en aquel año tremendo. Capitán Beto. Había algo que no debía caer en manos del gobierno de entonces, y él se encargó. Repase la letra de El anillo del Capitán Beto, está todo ahí.
Lo miré sin entender. Afuera el asador pedía que terminaran de una vez con los ñoquis y empezaran a preparar la ensalada. Quería también que los chicos fueran a comprar el pan.
- ¿Un colectivo? Por lo de "ayer colectivero"...
- Es mucho más grande que un colectivo. El padre de Norberto era un bioquímico que llegó acá después de la guerra, y terminó sus días loco porque probó... Voy a tener que ir muy atrás para explicarlo. ¿Está tomando notas? Mejor hágalo.
Nunca me hubiera pensado que estaba a punto de serme revelada una historia mucho más grande que la que yo había ido a buscar. Transcribo una versión pasada en limpio de lo que me dijo el Gordo Amenábar, expurgada de mis interjecciones de incredulidad o asombro, o de mis preguntas pidiendo ansiosas aclaraciones, o de alguna interrupción debida a la hermana de mi interlocutor, que vino a traernos un termo con agua para el mate. Eliminé también las hesitaciones del Gordo Amenábar por algunos detalles o fechas, que apenas me fui de su casa corrí a verificar en enciclopedias o en Internet. El efecto de esas correcciones es que por momentos la voz propia del Gordo se pierde entre mis ajustes, pero entiendo que la historia que me contó es tan poderosa que nadie reparará en ese defecto.
"Hay que remontarse a 1939, cuando la Marina de Alemania mandó una expedición a la Antártida. Reclamaron un territorio que llamaron Nueva Suabia, cruzado por el Meridiano de Greenwich y casi enfrente de África, para que se oriente. No lejos de la costa hay una meseta libre de hielo en la que hay unos cuantos lagos, que se llama Oasis Schirmacher. No piense en palmeras o animales tropicales, es un oasis antártico, un lugar donde no hay hielo y hace un poco menos de frío por el relieve o por los vientos, pero nada más. La cosa es que estos alemanes recorrieron el oasis y se encontraron con algo que parecía un monumento semienterrado, o algo así. Parecía una construcción enorme, un palacio o una fortificación, claramente distinguible pese a estar sepultada. Por la regularidad de las líneas era evidente que no era algo natural. Empezaron a cavar, les costó muchísimo, tanto que tuvieron que pedir máquinas excavadoras a Alemania. Y se encontraron con una astronave antiquísima, que obviamente no era de origen humano. Porque además encontraron los cuerpos de los tripulantes.
"Unos seres reptilianos, de piel escamosa y gris verdosa, momificados por el frío y la sequedad del ambiente, porque el fuselaje del aparato estaba rajado y abierto en la cola. Como tantos. (Risas). Construyeron una base ahí mismo... imagínese cuando se enteró Hitler. Porque eran tiempos del nazismo en Alemania. Construyeron unos galpones enormes para proteger la astronave de la vista aérea y siguieron desenterrándola. La tecnología del aparato les pareció incomprensible, estaban a dos o tres Einstein de distancia de entender cómo funcionaba ese engendro interestelar. Tecnología del año diez mil o veinte mil. Pero la biología de esos seres sí era más o menos inteligible para la ciencia de la época. Les llamó la atención la estructura química de sus células, yo no puedo entrar en detalles porque no entiendo nada de eso. Extrajeron una sustancia y se la inocularon a algunos animales de laboratorio. En reptiles y aves parecía funcionar: aumentaba la fuerza, la resistencia y hasta parecía que la inteligencia. Pero en mamíferos no había manera de que la menor dosis no fuera mortal, y nunca pudieron descubrir la razón porque, a esta altura, Alemania estaba perdiendo la guerra y Hitler mandó convertir al país en tierra arrasada. Desmantelaron la base de la Antártida, volvieron a enterrar la astronave, y retornaron a Europa en un convoy de submarinos. Hitler dio orden de matar a los científicos involucrados en los experimentos, para que no cayeran en manos de los aliados, pero eran los últimos días del Reich de los Mil Años y algunos escaparon en la confusión. Uno de ellos era el polaco Starosta, en realidad un alemán de los Sudetes, que alcanzó a escaparse a Argentina porque había conocido en una reunión social a Juan Domingo Perón cuando era agregado militar en Italia. Se vino con la esposa, que también era bioquímica, y dos hijos chiquitos, una nena y un nene.
"Perón se interesó en los trabajos de Starosta, que se había escapado con algo de aquella sustancia alienígena. Al propioRamón Carrillo le pareció una línea de investigación fascinante Igual creo que Starosta no contó todo, muy probablemente no dijo nada del origen de esa sustancia misteriosa y tan poderosa. Le dieron la chance de montar un laboratorio secreto en una estancia del sudeste de la provincia de Buenos Aires, bien donde el diablo perdió el poncho. Creo que era en Mar Chiquita. A las pocas semanas de establecerse ahí, a Starosta se le ocurrió en un sueño la manera de hacer que la sustancia no fuera mortal para mamíferos. Esa mañana la probó en ratas, y fue un éxito. Llegaba el momento de ver cómo funcionaba en humanos. La probó en sí mismo, en esa época se hacían esas cosas... Notó enseguida un aumento brutal de la capacidad de concentración y otro, moderado, de la fuerza física, pero sobre todo una capacidad de resistencia inesperada. (Canta versos de Contra todos los males de este mundo): 'Vamos a buscar al enorme dragón / a su morada entre las ruinas de oro / Lo obligaremos a dar su corazón, / a dar el antídoto / contra todos los males de este mundo'.
"En la estancia habían comprado unos repuestos para un camioncito que tenían y que necesitaban mucho, pero igual no hubieran podido usarlo de estar en condiciones mecánicas, porque esa semana había llovido muchísimo y los caminos, que eran de tierra, estaban intransitables. Así que los sorprendió mucho que apareciera un auto por el camino, patinando en el barro pero sin encajarse nunca ni terminar en la cuneta. Era el dueño de la casa de repuestos, que había dado su palabra de entregarlos en el día al saber que eran muy necesarios. Era un paisano de Balcarce muy simpático, de voz nasal, medio chueco... ya se imaginará, se la hago corta. Como Fangio se iba a volver a su casa en Balcarce pero dijo que estaba cansado, Starosta le dio una pastilla en un momento de locura, o de inspiración, se imaginará pastilla de qué. A los pocos meses volvió Fangio una tarde, y le preguntó a Starosta si tenía más de esas pastillas, porque tenía que participar en una carrera muy larga. Starosta le dio un frasquito, pero le pidió que no le dijera a nadie y que se cuidara de las dosis: que dejara pasar una semana entre ingesta e ingesta. Ya se imagina el resto: cada año, la primera semana de enero, Fangio pasaba a llevarse un frasquito para toda la temporada. Una vez casi se mata en Monza: después le contó a Starosta que había viajado toda la noche para llegar a la carrera, que se bajó del auto de calle para subirse al auto de competición y que, como justo lo distrajeron hablándole de cómo habían clasificado sus rivales, se había olvidado de tomar la pastilla.
Al principio había escuchado sus palabras con incredulidad divertida, pero a esta altura estaba fascinado. Me pareció que al Gordo no se le escapó el detalle. Siguió contando:
"Esas pastillas, se dio cuenta al poco tiempo Starosta, terminaban acentuando las características de la personalidad de cada persona que lo ingería. Starosta era detallista y medio paranoico, y se puso aún más detallista y paranoico, casi insoportable, en especial con la limpieza y la asepsia. Dice que se limpiaba las manos con alcohol en gel cada vez que tocaba un picaporte o daba la mano. A Fangio le descubrieron varios hijos con los años: de joven era mujeriego, con las pastillas se puso aún más. Pero a esta altura ya estamos en el segundo gobierno de Perón, empieza a escasear el dinero para el laboratorio, empieza a haber problemas con los funcionarios del ministerio que le ponen para administrar el programa, que eran unos burócratas que a Starosta le caían mal, y cuando llegó la Revolución Libertadora se fue todo al demonio. A Starosta lo echaron, mala idea porque muchos de sus conocimientos estaban en su cabeza, por paranoia nunca había querido dejarlos por escrito, por miedo a que le robaran los secretos, y los científicos que pusieron en su remplazo no dieron pie con bola. Quisieron hacer una prueba con la selección de fútbol que asistió a la Copa del Mundo de Suecia en 1958 y salió todo para el carajo, como sabrá. En uno de sus últimos experimientos Starosta probó una versión de la sustancia en suero inyectable, pero calculó mal la dosis y entró en una espiral de locura, y un día quedó como en blanco, convertido en un idiota. Starosta, el idiota, se habrá dado cuenta. Murió, creo, a mediados de 1959. Los servicios secretos de la época se desesperaron, porque así se perdía todo su trabajo. Les llegó el rumor, entiendo que falso, de que sus papeles privados estaban en el estudio de un abogado de Buenos Aires, un tal Satanowsky, que fue asesinado por esa época en circunstancias misteriosas.
"A esa altura, segunda mitad de la década del cincuenta, el trabajo de Starosta era conocido por potencias extranjeras, pero se habían perdido demasiadas pistas y nadie tenía el cuadro completo. Los norteamericanos habían vuelto a encontrar la astronave extraterrestre en la Antártida, pero se vieron con los mismos problemas que los alemanes: no había manera de entender cómo funcionaba. Era una tecnología tan avanzada que parecía magia. Los soviéticos se hicieron con muestras del suero, y puede que hayan encontrado la manera de sacarle algún provecho: recuerde los éxitos olímpicos de los atletas del mundo comunista por aquellos años.
"Pero hacia 1970 entra a tallar el hijo del profesor Starosta, amigo de la infancia y adolescencia de Luis, un pibe que se suma a las formaciones especiales del peronismo, a los Montoneros. Va ascendiendo en la jerarquía pero en 1975 o 1976 se raya, deserta de la guerrilla, y en un encuentro casual le dice al Flaco que tiene que cumplir una misión para salvar la memoria del padre, y que por eso es probable que no se vean nunca más. Le muestra dos pastillas que llevaba en un anillo, le dice "estoy preparado para todo". Luis entendió que eran pastillas de cianuro, como las que usaban los Montoneros para no caer vivos en manos de fuerzas parapoliciales. Hoy pienso que tal vez eran las últimas que quedaban de las que había creado su padre, o no, no sé, o una y una. (Canta un verso de Resumen porteño): "y para zafarse sólo toma pastillas". Nunca más se supo de él.
"Un tiempo después, un satélite norteamericano detectó un destello doble sobre el océano, a medio camino entre África y la Antártida. En la época se habló de la caída de un asteroide o de una prueba nuclear clandestina de Israel o de Sudáfrica. Para mí fue el Capitán Beto llevándose la astronave alienígena y haciéndola estallar, para que no cayera nunca más en malas manos. ¿Por qué lo creo? Primero por lo que le dijo a Luis, segundo porque hoy en el Oasis Schirmacher no hay nada, hasta se puede visitar. No va a encontrar nada. Usted me dirá cómo hizo para elevar una nave dañada, que estaba en custodia de fuerzas militares, y que nadie había podido descubrir cómo funcionaba. Beto era un tipo muy capaz, muy inteligente, tal vez tuviera información que le transmitiera su padre... y tenía las pastillas o el suero extraterrestre para convertirse en un superhombre. Acuérdese del anillo del Capitán Beto, de que (canta) "jamás podrá volver a la Tierra". ¿Qué le parece esta historia?
"Veo que no puede responder. Lo dejé mudo, lo enganché. ¿Vio que es una historia perfecta, que cuando uno la empieza a escuchar no quiere que paren de contársela? Está llena de hechos comprobables: la expedición antártica alemana, el Oasis Schirmacher, la orden de Hitler de convertir su país en tierra arrasada, los científicos y funcionarios alemanes que se refugiaron en Argentina, las victorias de Fangio, el asesinato de Satanowsky del que hay un libro de Rodolfo Walsh, las pastillas de cianuro de los Montoneros, hasta el destello doble sobre el océano austral, del que yo leí en un libro de Carl Sagan. Están las canciones del Flaco, que encajan en la historia a la perfección. Bueno, todo eso es real y comprobable pero la historia es un invento. Se me ocurrió anoche. Fíjese los libros que tengo en el anaquel, que son todos los que me quedaron después de mi última separación: el de Walsh sobre el crimen de Satanowsky, la Historia de la Antártida, Cosmos de Carl Sagan, el de Pynchon. ¡No me diga que no es una historia que a Pynchon le encantaría! Se me ocurrió después de ver por centésima vez uno de los dos DVD que me quedaron, The usual suspects. La de Keyser Soze. ¿Se acuerda lo que le dije al principio, "la gente no quiere hechos, quiere creer"? Lo dice el personaje de Josh Brolin en la otra película de la que me quedó el DVD, Hail, Caesar! de los hermanos Coen. Los argumentos nunca convencieron a nadie de dejar de creer en aquello que siente importante, o que es el fundamento de su grupo de pertenencia. ¿Cómo podrían hacerlo? La gente quiere creer: vaya a saber las mentiras que nos creeremos sólo porque están basadas en hechos. (Canta un verso de La bengala perdida): 'cultura y poder son esta porno bajón'".
Un rato después, cuando pude salir de mi aturdimiento, pretexté que me tenía que ir al hotel a retirar mi equipaje porque a la tarde partía de regreso a Buenos Aires. Antes de retirarme me convidaron un sandwich de berenjenas en escabeche con morrones asados; para los chorizos y las morcillas me dijeron que todavía faltaba un ratito. Casi me atropella un auto al cruzar la calle. Todavía no sé cómo llegué al hotel. El mundo me llegaba como de lejos, a través de un cristal, tal vez falseado. Me dormí vestido en la cama del hotel y soñé con la historia que me contara el Gordo. Al despertarme me sentí menos real que en el sueño.