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Estaba
una noche el Apóstol pensando en la posibilidad de llamar a concurso para
la redacción del final de Su Historia, cuando cayó en un profundo sueño. El
Hermano de
A medida que
se acercaba a la luz, el Apóstol comenzó a percibir que se trataba de la luz
que pendía sobre la entrada a un túnel. Cuando ya estaba a unos pocos metros,
el Apóstol notó que a un lado había una casilla desde la que se accionaba
una barrera que cerraba el paso al túnel. De la casilla salió un anciano de
luengas barbas y ropas descuidadas, que se humedecía con la lengua el dedo
índice de la mano derecha y llevaba en su mano izquierda un talonario con
números.
- Por ventura
¿sabes adónde has llegado, forastero? - dijo el anciano mientras se sonaba
la nariz con sus dedos y arrojaba la consecuente viscosidad al suelo.
- Por nada del
mundo, noble viajero de los días.
El anciano comenzó
a hablar como si estuviera leyendo un texto invisible.
- Éste es el
Túnel del Bien y el Mal, el túnel por el que experimentarás el conocimiento
íntimo del Infierno y del Cielo. Hace ya muchos años (de esos años compuestos
de miles de días y de noches) el Insigne Arquitecto de Lo Alto percibió que
mucha gente se sentía tentada por practicar el Turismo Aventura en las simas
del Hades o en las Alturas Celestes, o por qué no en ambos Parajes Inefables.
Recuerda, oh noble turista, a Heracles, a San Pablo, a Mahoma, a Dante, a
Swedenborg, a Vathek, a Víctor Sueyro y a tantos otros visitantes VIP. Es
por ello - dijo el anciano mientras se rascaba vigorosamente sus partes pudendas
delanteras - que Lo Alto ha dispuesto armar un circuito, con el fin de brindar
un servicio de primer orden al turista y.., y...
-...
- Y todo lo demás.
Ya estoy un poco cansado de repetir siempre lo mismo. Mi memoria ya
no es la de antes, debería jubilarme. ¿Cuántos pases, señor?
- Eh... ¿Cuál
es el precio? - contestó el Apóstol, dubitativo.
- ¡Acaso no pagarías
lo que fuera por semejante jornada, insensato? - exclamó violentamente el
viejo boletero, mientras sus intestinos se expresaban en forma bastante explícita.
El Apóstol Catódico,
el Apóstol de las Madres y las Novias, no llegó a contestar. El anciano prosiguió
su jeremíada.
- ¡Ah, insensato,
ya no hay héroes como yo viera en mis tiempos, un Menesteo el hijo de Peteo,
un Meón de Alejandría, un Toante el etolo, un Tunante el trolo, los dos Áyax
de Amsterdam, los tres cerditos de Megara, los cuatro genios de Liverpool,
los Cinco Grandes del Buen Humor, los... los....! - el anciano iba perdiendo
la compostura a medida que los nombres brotaban de su vieja boca. Volvió a
expresarse a través de sus intestinos, comenzó a toser y terminó escupiendo,
aún más encorvado que de suyo.
- Viajero, el
pase te da derecho a efectuar una visita guiada al Infierno y el Cielo. Incluye
una consumición y un desengaño. El precio de este viaje es una ilusión. ¡Págalo
de una vez!
El Apóstol abonó
lo convenido (el aspecto del Boletero Celeste era una desilusión de por sí)
y el viejo le dio dos guitas de desengaño de cambio, dos monedas de las que
una estaba dedicada a los Reyes Magos; la otra, a
- Se ha comercializado
mucho estos años - susurró el anciano, antes de volverse a su cabina mientras
se subía los pantalones.
El Apóstol penetró
en la oscuridad unánime, y tras unos pocos pasos pudo observar una luz al
final del túnel. Hacia allí se dirigió. Pronto llegó a un recinto iluminado
en el que había un pequeño cochecito que remedaba a un Chevrolet 1937 pintado
como un taxi, montado sobre lo que parecía una vía de ferrocarril.
El Apóstol se
acercó al cochecito, donde un caballero de gallarda apostura, amplia sonrisa
y sombrero de los años '30 le solicitó amablemente el boleto. Tras chequear
el comprobante, se subió al asiento del conductor e invitó al Apóstol a subirse
al asiento trasero.
- Señor pasajero,
sírvase. Aquí tiene, está todo incluido en el boleto. Una Guía para el Visitante,
un sacramento de jamón y queso gentileza de la casa, producto de la sin par
panadería Los Últimos Sacramentos, y el merchandising oficial: dos llaveros,
uno con un simpático diablito y el otro con un angelito. ¿Está listo?
El Apóstol notó
que el conductor le resultaba conocido. Tal vez por la sonrisa inequívoca,
tal vez por la voz, tal vez porque el taxista llevaba una estampita de sí
mismo colgando del espejo retrovisor.
- Dígame ¿usted
por ventura no es Carlos Gardel, el célebre cantor y compositor de tangos?
- ¿No sabía usted
que hay dos Carlos Gardel? ¿Uno nacido en Tacuarembó, Uruguay, y el otro en
Toulouse, Francia? - el taxista pareció creer que con esta frase todo se explicaba
claramente. El Apóstol, confundido, volvió a preguntar.
- ¿Usted es Gardel?
O mejor dicho ¿cuál de los dos Gardel es usted?
El taxista pareció
sorprendido por la pregunta. Tardó unos segundo en responder.
- No lo sé. Pero
¿podemos empezar el viaje? Me pagan un plus por puntualidad.
Es así como comenzó
el Viaje del Apóstol Catódico por el Infierno y el Cielo, el ApósTour.
(Continúa)
(1) El lector puede saltear la lectura de este capítulo, a los efectos de un mayor disfrute de la obra.
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