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CAPÍTULO 23

(Donde el Apóstol, a falta de Circo Romano, es llevado a dar testimonio de la Verdadera Fe en un Circo Etíope) (1)

Viene del Capítulo Anterior

Un día, el Apóstol Catódico salía de un bar, dispuesto a continuar bebiéndose la Creación entera en toda su magnificencia, cuando fue atropellado por un automovilista. Esta persona se bajó asustada, y pronto reconoció a quien había llevado por delante, y comprobó que apenas le había infligido rasguños menores, más allá de un momentáneo desmayo. Fue así que levantó al Apóstol, lo subió a su coche y lo llevó a su propia casa, para mostrárselo a sus familiares y amigos.

Allí, su esposa le dijo que lo mejor que podía hacer era deshacerse de su víctima. Junto a algunos amigos, entonces, decidió arrojar el cuerpo en el primer descampado que encontraran. Pero, en camino a las afueras, se toparon con la caravana de un modesto circo. En un semáforo, el más intrépido de todos tomó al Apóstol por la cintura y lo depositó en un pequeño remolque, tras lo cual se dieron prestamente a la fuga.

Cuando, más tarde, el Apóstol despertó, se halló a centenares de kilómetros, observado por los escrutadores ojos de los integrantes del Gran Circo Abisinio del Ras Kabulba. Su nombre provenía del de su dueño, un noble etíope expatriado - por causa de la guerra civil y por su costumbre inveterada de gastar bromas con cheques librados sobre inexistentes cuentas bancarias.

Los involuntarios anfitriones ayudaron a su huésped a recuperarse y lo invitaron a presenciar la función que darían esa misma tarde. El Apóstol aceptó la oferta, y se dispuso a pasar una tarde de sano esparcimiento circense antes de volverse a su morada.

La carpa del circo tenía capacidad para sólo 30 espectadores: 15 sentados y 15 aupados a sus congéneres sentados. El humilde espectáculo contaba entre sus atracciones con la presencia de Doña Emilse de Gómez, La Enana Más Alta Del Mundo; Lord Giuliano Canterini, el Gran Cazador Blanco, y sus Feroces Tortugas Amaestradas; Vladimir Sandunga, El Hombre Barbudo; Jorge "Ancho Falso" Butterfly, el As de Oro de la Magia Rosa; Beto Jomeini, el espeluznante Tragasables bulímico; Clavicordio Mendonça, el único Hombre Bala alérgico a la pólvora (anunciado como "un verdadero tiro al aire"); Jean Okome, el Trapecista de las Madres y las Novias, que haría equilibrio sobre el cordón de la vereda; y Bufarracho, el Clown Lisiado de la Guerra de Bosnia y su desopilante troupe de payasos hemipléjicos. Su número central incluía la aparición de 150 Hombres Invisibles en Escena 150.

El Apóstol se sintió algo sorprendido al comprobar que el número de las tortugas amaestradas duraba tres cuartos de hora, y que consistía en el paso de cuatro simpáticos quelonios por un aro de fuego, el que se consumió por entero esperando que las tortugas pudieran atravesarlo. De hecho, lo atravesaron con suma facilidad, ya que pasaron por encima del montón de cenizas en que se había convertido el aro.

Luego llegó la hora del número central, que provocó una sorpresa aún mayor del Apóstol, dado que los prometidos 150 Hombres Invisibles en Escena eran tan sólo 78.

Cuando gran parte del público - que compartía la sorpresa del Apóstol - decidió reclamar a viva voz la devolución del dinero oblado en concepto de derecho de admisión, el Apóstol decidió intervenir y tratar de salvar a sus hospitalarios amigos. Para lo cual comenzó una encendida arenga acerca del valor artístico de la parodia; de su utilidad como larvado homenaje; de su rol de medio para abrir camino a  nuevas lecturas; de las nociones epistemológicas de la parodia (¿ciencia, técnica o arte?); de la parodia según la escuela estructuralista, la marxista y la Escuela del Neotradicionalismo Filofóbico de Vanguardia de Tilcara; de las aproximaciones a la parodia desde el psicoanálisis y la teoría de sistemas, y hubiera seguido durante horas si no hubiera sido perseguido por una horda de fanáticos adversarios de Sus Ideas.

Los sufridos miembros del Gran Circo Abisinio del Ras Kabulba se dispersaron en la tarde. Nunca más se supo de los 78 Hombres Invisibles; desde ese día infausto, nunca más se los volvió a ver.

(Continúa)

(1) El lector puede saltear la lectura de este capítulo, a los efectos de un mayor disfrute de la obra.

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