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Un día, el Apóstol Catódico salía de un
bar, dispuesto a continuar bebiéndose
Allí, su esposa le dijo que lo mejor que
podía hacer era deshacerse de su víctima. Junto a algunos amigos, entonces,
decidió arrojar el cuerpo en el primer descampado que encontraran. Pero, en
camino a las afueras, se toparon con la caravana de un modesto circo. En un
semáforo, el más intrépido de todos tomó al Apóstol por la cintura y lo depositó
en un pequeño remolque, tras lo cual se dieron prestamente a la fuga.
Cuando, más tarde, el Apóstol despertó,
se halló a centenares de kilómetros, observado por los escrutadores ojos de
los integrantes del Gran Circo Abisinio del Ras Kabulba. Su nombre provenía
del de su dueño, un noble etíope expatriado - por causa de la guerra civil
y por su costumbre inveterada de gastar bromas con cheques librados sobre
inexistentes cuentas bancarias.
Los involuntarios anfitriones ayudaron
a su huésped a recuperarse y lo invitaron a presenciar la función que darían
esa misma tarde. El Apóstol aceptó la oferta, y se dispuso a pasar una tarde
de sano esparcimiento circense antes de volverse a su morada.
La carpa del circo tenía capacidad para
sólo 30 espectadores: 15 sentados y 15 aupados a sus congéneres sentados.
El humilde espectáculo contaba entre sus atracciones con la presencia de Doña
Emilse de Gómez,
El Apóstol se sintió algo sorprendido
al comprobar que el número de las tortugas amaestradas duraba tres cuartos
de hora, y que consistía en el paso de cuatro simpáticos quelonios por un
aro de fuego, el que se consumió por entero esperando que las tortugas pudieran
atravesarlo. De hecho, lo atravesaron con suma facilidad, ya que pasaron por
encima del montón de cenizas en que se había convertido el aro.
Luego llegó la hora del número central,
que provocó una sorpresa aún mayor del Apóstol, dado que los prometidos 150
Hombres Invisibles en Escena eran tan sólo 78.
Cuando gran parte del público - que compartía
la sorpresa del Apóstol - decidió reclamar a viva voz la devolución del dinero
oblado en concepto de derecho de admisión, el Apóstol decidió intervenir y
tratar de salvar a sus hospitalarios amigos. Para lo cual comenzó una encendida
arenga acerca del valor artístico de la parodia; de su utilidad como larvado
homenaje; de su rol de medio para abrir camino a nuevas lecturas; de las nociones epistemológicas
de la parodia (¿ciencia, técnica o arte?); de la parodia según la escuela
estructuralista, la marxista y
Los sufridos miembros del Gran Circo Abisinio del Ras Kabulba se dispersaron en la tarde. Nunca más se supo de los 78 Hombres Invisibles; desde ese día infausto, nunca más se los volvió a ver.
(Continúa)
(1) El lector puede saltear la lectura de este capítulo, a los efectos de un mayor disfrute de la obra.
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